En Hollywood, y durante décadas, el doctor Arnold Klein (66 años) fue el dermatólogo más solicitado. De estrellas del espectáculo a directivos, su oficina (situada en Beverly Hills, estaba decorada con obras de Andy Warhol) era parada obligada para quienes pretendían rejuvenecer su aspecto. Arnold Klein tenía una gran vida en su mansión de Hancock Park, valorada en más de nueve millones de dólares; además, poseía una casa de doce millones en Laguna Beach y un bungalow de un millón y medio en Palm Beach. Coleccionista de arte y de coches de lujo por valor de diez millones de dólares, acaba de declararse en bancarrota. Su reputación está cuestionada y muchos de sus amigos se han olvidado de él.
Su desventura empezó hace unos años, cuando concedió una entrevista al canal sensacionalista TMZ en la que, entre otras cosas, opinaba sobre los genitales de su amigo y paciente Michael Jackson (se llegó a decir que Klein era el padre biológico de sus hijos) y sobre el uso habitual en Hollywood del llamado meth, una metanfetamina muy adictiva. No se lo perdonaron. Su hasta entonces íntima amiga Elizabeth Taylor se manifestó con contundencia: «Pensaba que los médicos, como los curas, juraban secreto. Que Dios tenga piedad de su alma».
Hace unos meses, durante el juicio contra el doctor Murray por la muerte de Michael Jackson, Klein fue presentado como un médico ambicioso y sin escrúpulos, responsable de la adicción del cantante al analgésico Demerol. Tras el veredicto de culpabilidad contra Murray, la comisión médica investigó a Klein, aunque no le retiró su licencia.
Los abogados de Klein atribuyen sus actuales problemas económicos a la pérdida de ingresos debido a su delicado estado de salud y a la muerte de Jackson. El doctor, además, señala a dos exempleados que supuestamente le han robado ocho millones de dólares. «Los bienes del doctor Klein han sido diezmados y se encuentra en la ruina financiera», dicen.
Con su reputación por los suelos, solo Carrie Fisher le apoya: le ha prestado 150.000. Con los acreedores agolpándose en su puerta y los bancos pidiendo que se liquiden sus posesiones, Klein trata de mantenerse a flote en una oficina más modesta, en Pico Boulevard, donde solo tiene una enfermera y muchas horas por delante.
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