Por German Arrascaeta ( La Voz)
Michael Jackson es un artista monumental cuyo legado no puede tomarse a la ligera. Bueno, parece que sus herederos no piensan lo mismo. Michael, el disco póstumo que fue completado por una batería de productores a partir de supuestas maquetas preexistentes, lo muestra desalmado. Parece una herejía obstinada: los encargados de mantener el fulgor del “alma que canta” se empeñaron en eclipsarlo a partir de una innecesaria adecuación a los tiempos. No repararon en que “Maicol” trasciende los tiempos, precisamente. Y será así por más que haya perdido su norte creativo al tiempo de su deceso.
Además está el tema de la voz, sospechada de no ser la suya. Sólo los responsables de la edición sabrán cuál es la fuente de todo. Sony, por su parte, ofreció garantías luego de una investigación que se jacta de exhaustiva. Cuestión de fe, pero para ser sinceros, nada hace pensar que ése no sea Michael. Sólo queda agregar que, si se trata de un imitador, es muy bueno.
El tema está en cómo se ensambla esa voz con una música que nunca sabremos si el genio hubiera preferido. Tras la escucha, prevalece la certeza de que éste no hubiera aceptado algunas arbitrariedades. De movida, la primera voz que se oye en Michael casi no es la suya sino la de Akon, que se permite sostener con su gesto expresivo el tono gospel de Hold my hand, una canción inclusiva que remite demasiado al No woman no cry de Bob Marley. ¿Dijimos gospel? Keep your head up también podría representarse en una iglesia baptista del Harlem. Es muy “inspirational”, aunque aplicable a cualquier artista afroamericano en desarrollo.
Y hacia el promedio, tenemos a Lenny Kravitz llevando agua para su propio molino en (I can´t make it) another day. Es la canción más rockera de la obra, en la que Jackson rompe pero no emociona. Se termina en un fade out abrupto, como si Kravitz (su autor y productor) sintiera cierta vergüenza de haberla realizado. Breaking news también es un movimiento algo vulgar. Samplear la ferocidad mediática es un cliché que Michael, por más atribulado que se haya sentido, hubiera desechado desde el pedestal del sentido común.
La bailable y funky Monster tiene ese scat tan altisonante, pero la intervención de 50 Cent la baja a tierra. El texto que la precede en el booklet es muy baja línea: “Esta canción nos muestra un mundo en el que todos quieren ser estrellas de una noche sin considerar lo que se pierde en el proceso”. Por ahí van los tópicos: arribismo, peligros de la fama y necesidad de redimirse.
El equilibrio llega con canciones que retoman un rasgo siempre destacable en el Michael más encendido. La capacidad de convertir una onomatopeya en ritmo. En muchos sentidos, Jackson es un precursor del beatbox. Esa habilidad en Hollywood tonight (sus propósitos se leen de puño y letra de Michael en un bloc del The Beverly Hills Hotel) y en (I like) The way you love me, un medio tiempo con pianito juguetón que se construye desde un punchi punchi inicial con efecto de radio. También prevalece en Behind the mask, relectura de Ryuichi Sakamoto que Michael afrontó a fines de la década de 1970, antes de ser el artista más vendedor de la historia, y que aquí se permite vocoders y otras afectaciones festivas.
En suma, Michael termina compensado en términos de entretenimiento. Pero vale insistir: le falta alma. Es que nadie puede ordenar Beat it como lo hacía el propio Michael.
Michael
Michael Jackson
Sony (2010)
Calificación: Bueno
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