Bailando con Michael Jackson Baltimore y su descontento


Hasta el momento, algunos videos de Dimitri Reeves bailando en varias zonas de Baltimore, a los acordes de la música de Michael Jackson, se han visto millones de veces. En el clip más conocido, filmado por el reportero Shomari Piedra, Reeves deleita a los sorprendidos espectadores cuando, con "Beat It" a todo volumen en la acera, comienza inesperadamente a recorrer una calle atestada, imitando exultante enfurecidos movimientos de baile de Jackson y llamando la atención sobre un momento candente.

Don’t want to see no blood, don’t be a macho man. They’ll kick you, they’ll beat you, they’ll tell you it’s fair, so beat it.

[No quiero ver sangre, ni ser un matón. Te patearán, te golpearán y te dirán que es justo, así que ¡lárgate!]

En su página de Facebook, Reeves pidió a los espectadores de los videos que no analicen demasiado minuciosamente el posible significado de las letras que eligió para bailar: "Beat It", "Smooth Criminal", "Will You Be There", "Black or White " y otras. "Yo sólo quería bailar", dice. Tuvo un instinto excelente. Cuando Reeves subió el volumen y revivió pasos mágicos de mucho tiempo atrás, la alegría que compartía se hizo presente en la enfadada y dolorida ciudad, y la ciudad respondió. Primero unas cuantas personas, corros de jóvenes y, finalmente, un gran número de gente comenzó a unirse a Reeves, con determinación y alegría escritas inequívocamente en sus rostros. Una extraña e inesperada belleza se materializó ante nuestros ojos, y pudimos entrever otra Baltimore, muy diferente de la ofrecida en las imágenes de los medios, una ciudad encontrando el modo de curarse desde adentro.







El mismo día del primer vídeo de Reeves, yo paseaba por una exquisita tienda de “especialidades culinarias” en Filadelfia. El hilo musical estaba pasando desapercibido hasta que, de repente, allí estaba: el aire se llenó con ritmo estrepitoso e intemporal y sonó "Thriller”. En un instante, todo el mundo se estaba moviendo. El hombre que cortaba la carne se balanceaba ligeramente de izquierda a derecha. La cara del guardia de la entrada (la única persona de color en la tienda) se suavizó; empezó a mover la cabeza. Una mujer cerca de mí se detuvo mirando fijamente. Golpeando con los pies. Durante un misterioso instante, algo que necesitábamos y habíamos perdido se hizo presente de nuevo.

Fue un gran momento, pero había algo que faltaba también. Aunque todo el mundo respondió a la música, fue de un modo extrañamente furtivo, no abiertamente, en comunidad o con la alegría contagiosa de Baltimore. No se cruzaron miradas, nadie se reía o cantaba, nadie se movía sin reservas ni se fundía con el ritmo. Otra canción sonó después. Volvimos a arrastrar nuestros carros y a mirar quesos artesanales. Nada cambió.

He estado pensando desde entonces en esas dos escenas que, siendo diferentes, tenían una cosa en común: Michael Jackson. Dimitri Reeves pudo haber elegido entre más de mil canciones más recientes y de moda que "Beat It", pero su elección de bailar al son de Jackson fue certera. Porque tal vez más que cualquier otro artista, Michael Jackson deliberadamente creó su música como un regalo de esperanza y curación. Canción tras canción ofrece una compasiva visión única, una tenaz creencia en las capacidades humanas para la conexión, el placer y la consecución de justicia. ¿Esos ideales parecen prefabricados o pintorescos para usted? ¿La idea de que la música puede cambiar el mundo parece descabellada? Yo misma pensaba que sí. Pero los momentos brillantes que Reeves creó en Baltimore sugieren lo contrario.

El poderoso baile de Reeves nos recuerda que Jackson logró algo más que temas irresistibles, soberbiamente comerciales, o incluso música magnífica. Su trabajo también sigue siendo políticamente potente. Una razón de ello es la insistencia de Jackson en la responsabilidad y la empatía: “who am I to be blind, pretending not to see their need?”[¿Quién soy yo para mirar hacia otro lado, fingiendo no ver su necesidad?]. Otra es la constante y reiterada invitación en su obra: “Come and dance with me” [Ven a bailar conmigo]. Nosotros, los ocupados compradores, no bailamos, y nosotros nos lo perdimos, pero Dimitri Reeves y sus vecinos eligieron, más sabiamente, bailar con Michael Jackson: darle la vuelta a la situación, compartirlo con los demás, rechazar la inhibición y los prejuicios, y disfrutar.

¿Bailar con Michael Jackson mágicamente sanará al mundo y lo convertirá en un lugar mejor para toda la raza humana? ¿Responderá a la pregunta de una niña que le pregunta a un policía en "We’ve Had Enough”: ¿Cómo puedes decidir quién vivirá y quién morirá? ¿Le hará justicia a Freddie Gray o arreglará un sistema de "justicia" racista? No. Pero podría ayudar. De hecho, como Reeves ha demostrado, ya está ayudando.

Lo que resulta extraño es el modo en que la cultura dominante en Estados Unidos, que necesita toda la ayuda que pueda conseguir, parece resistirse a la mano tendida de Jackson. Es algo evidente: para un hombre que gobernó el mundo de la música popular durante décadas en un pasado cercano, Michael Jackson se ha convertido en una figura extrañamente sombría. No en la calle principal de Las Vegas o en Sony Music, por supuesto, donde continúa acumulando millones cada año y sigue siendo, con gran diferencia, el músico con mayores ingresos del mundo, en gran parte debido a las ventas en el extranjero.

De lo que estoy hablando es de la corriente predominante, de los valores principales en los Estados Unidos, especialmente los valores de los privilegiados, los estadounidenses blancos como los de la tienda de comestibles de Filadelfia. Allí se ha consolidado una actitud de rechazo hacia Michael Jackson y su música, junto con una reticencia a celebrar su imperturbable idealismo, su extraña y vanguardista personalidad y sus buenas prácticas de integración y compasión. Incluso se reconoce de mala gana su soberbio trabajo. No miramos a Michael Jackson directamente, con reconocimiento. No consideramos sus logros con la admiración que merecen. Nosotros no bailamos.

No importa cuál sea el contexto, esta sería una manera bastante indigna de comportarse hacia uno de los artistas más importantes del siglo XX. Pero es una actitud especialmente imprudente a seguir ahora, porque nos desvía la atención de los retos que Jackson, tanto el hombre como su música, planteaba respecto a la forma de pensar y de comportarse, y que siguen envenenando a la sociedad de este país. ¿Es lógico esto?

Le pregunté a un amigo de veintitantos años lo que pensaba de la música de Michael Jackson: ¿la bailan todavía los niños? La respuesta fue instructiva. "Buena música", dijo, "pero cuando alguien hace lo que él hizo con niños, mejor olvidarlo”. Me quedé pasmada. ¿Es posible? Después de uno de los juicios más caros y largos de la historia americana, que acabó con un veredicto de "inocente" en todos los cargos, después de repetidas pruebas de que Michael Jackson no estuvo involucrado en ningún delito, sino que fue víctima de extorsionadores, y frente a una enorme cantidad de coherentes testimonios actuales acerca del honorable y dañado ser humano que en realidad era Jackson, ¿puede ser que los medios de comunicación parásitos que vieron su linchamiento como una continua oportunidad de obtener beneficios, hasta el día de hoy, definan a Jackson y limiten el poder de su trabajo? Aparentemente sí. La crucifixión a cámara lenta de la reputación de Jackson, que tuvo lugar hace más de una década, todavía continúa.

Continúa, además, de maneras imprevistas. No quiero sugerir que lo que pasó a Jackson es de ninguna manera comparable a lo que les ha sucedido a Freddie Gray, Michael Brown, Eric Garner y tantos otros estadounidenses de color que han muerto recientemente a manos de agentes de la ley. Jackson, después de todo, sobrevivió a su terrible experiencia (apenas), y siguió adelante (brevemente). No estoy diciendo que todo el reciente sufrimiento e injusticia tengan alguna relación directa con las experiencias específicas de Jackson. Pero sí quiero argumentar que las mismas estructuras de injusticia que están permitiendo a las autoridades civiles asesinar a ciudadanos estadounidenses desarmados ahora mismo, también hirieron a Jackson, y que su caso puede ayudar a comprender y oponerse a esas estructuras.

La misma nación de espectadores que estaban dispuestos a sentarse y dejar que la pesadilla sepultara a Jackson, miran ahora cómo experiencias incluso más desgarradoras superan a otros. Algunos observadores están utilizando las imágenes de Baltimore, irresponsablemente seleccionadas, que los medios nacionales han presentado como cebo para reforzar sus prejuicios. (¿Quién diría, viendo la televisión, que las manifestaciones ordenadas y los gestos de solidaridad han sido más abundantes que la destrucción?). Las experiencias de Jackson y de las muchísimas personas de color que han tenido un conflicto recientemente con la policía y han muerto por ello, no son las mismas. Pero están, en cierto modo, relacionadas. Son vergonzosas de manera similar, y por razones parecidas. Exponen patologías similares que nos están carcomiendo, y nos hacen ver más de lo que queremos ver de nosotros mismos.

Hay una cosa que la experiencia de Michael Jackson deja claro. Los actos de injusticia que estamos presenciando ahora se basan, y es un hecho acreditado, en un atroz y antiguo historial en los Estados Unidos: Cuando se trata de respeto, derechos civiles y justicia, sí importa si eres negro o blanco. Jackson fue el estadounidense de color más visible en los últimos años que se dio cuenta de que sólo tuvo que ser acusado para ser tratado salvajemente. Pero el descubrimiento no fue, de ninguna manera, algo excepcional para él. (Lo que sí fue excepcional fue la responsabilidad directa de los medios de comunicación por lo que sufrió Jackson. Pocos delincuentes verdaderos tienen que soportar la ignominia a la que tuvo que enfrentarse él ante la atención mundial). En el caso de Jackson, así como en cada uno de los casos indignantes de los que hemos oído hablar en el último par de años, a un estadounidense de color le fue negado uno de los derechos más fundamentales que todo estadounidense supuestamente disfruta: la presunción de inocencia. Cada uno de los casos es diferente, pero en ese importante sentido, cada uno es igual, también.

En el caso de Jackson, lo más destacado fue, tal vez, el hecho de que cada declaración que hizo parecía de alguna manera automáticamente impugnable, en los términos más groseros e íntimos, tanto ante desconocidos como públicamente. No había reglas ni respeto. Estando recién casado, Jackson tuvo que sentarse a escuchar como una periodista, en una cadena de televisión internacional y en directo, le pidió a su esposa que confirmara que practicaban el sexo. No mucho antes, otra le había preguntado sin rodeos si era virgen. La ansiedad que se desarrolló y se intensificó en el transcurso de la vida de Jackson fue, en realidad, una respuesta razonable a tal monstruosidad. Ninguna otra celebridad acosada, excepto la fallecida princesa de Gales, experimentó el tipo de invasiones despiadadas e implacables que soportó Jackson. Incluso Diana solamente tuvo que enfrentarse al ataque siendo adulta; Jackson tuvo que lidiar con él durante toda su vida, desde las noches en que su padre, sin escrúpulos, escoltaba a grupos de chicas sonrientes para ver a un adolescente Michael durmiendo, hasta esas últimas e indignantes imágenes, distribuidas a nivel mundial, hechas a través de la ventanilla de la ambulancia, de un Jackson moribundo o ya muerto vapuleado e intubado. Y luego está la imagen mil veces repetida del cadáver, desnudo en la camilla del médico forense.

Este abuso de los medios y muchísimos otros eran (y son) explicados rutinariamente haciendo referencia al carácter peculiar de Jackson. Él se lo buscó, se nos dice, con esa confusa imagen pública, lo mismo que se lo buscó también un adolescente desarmado, racialmente señalado con “aspecto amenazante”. Pero recurrir a ese tipo de explicación estrictamente personal desvía la atención de los problemas reales, el racismo generalizado y la injusticia sistemática. Citar las peculiaridades o las faltas de la persona a la que estás maltratando, como una forma de explicar el maltrato (¿excusa? ¿atenuante?), es una forma de culpar a la víctima. Te permite ignorar cómo tu propio comportamiento y hábitos de pensamiento se adaptan a la brutalidad, aunque sólo sea mediante la pasividad.

Decir eso no es lo mismo que decir que Michael Jackson no era extraordinariamente vulnerable a los abusos o que no cometió errores graves. Lo era y los cometió. Afectivo, reservado y excesivamente servicial como las víctimas de abuso infantil a menudo lo son, aislado, frágil, narcisista, extraño y exageradamente rico, aterrorizado ante la confrontación, educado irregularmente mientras cargaba con su genialidad y acostumbrado a que su familia viviera a su costa, Jackson era, como apuntó Steven Spielberg, "como un cervatillo en un bosque en llamas". Pero nada de eso es lo mismo que ser un criminal, como tampoco ir corriendo por una calle, no permitir un registro injustificado en tu casa o faltar a la escuela es una razón para que te disparen. No es extraño que Jackson estuviera abrumado. No es extraño que los estadounidenses estén manifestándose en las calles. ¿Qué otra cosa se podría hacer?

Más allá del enfoque reductor de las peculiaridades individuales, hay otra explicación relevante tanto al sufrimiento de Jackson y a la crisis de los derechos civiles a la que nos enfrentamos ahora: el racismo. Esa es la palabra, y es hora de decirla en voz alta. El racismo no se refiere, principalmente, a las personas que lo padecen; se refiere a aquellos que lo practican. No estamos hablando de personas diferentes o extrañas; hablamos de personas comunes y corrientes que deciden quién es diferente y extraño y eligen tenerle miedo en lugar de honrarle.

De vez en cuando, el racismo que siempre rondaba a la sombra de Jackson mostraba claramente su maligna cara, por ejemplo, cuando los ignorantes, conociendo el vitíligo y su tratamiento, lo acusaron de "querer ser blanco". Michael Jackson siempre se identificó como negro (sólo mirarme al espejo y sé que soy negro) y acreditados artistas negros fueron sus principales influencias (James Brown, Jackie Wilson, Diana Ross, Stevie Wonder, Otis Blackwell y Sly Stone, entre muchos otros). Celebró su herencia afroamericana hasta el punto de dar a sus dos hijos el nombre de su tatarabuelo, el esclavo Prince. Su música nunca abandonó, y siempre exaltó, las gloriosas tradiciones de la música negra americana. Sin embargo, Jackson es odiado por su supuesto deseo de ser blanco.

Este odio irracional persiguió a Jackson incluso hasta después de su muerte, en junio de 2009. La portada de Charlie Hebdo de julio de ese año, mostró a Jackson convertido en esqueleto con la leyenda: "Michael Jackson, por fin blanco". Un anuncio que circula en este momento por Internet incluye una foto de una modelo con vitíligo que nos recuerda amablemente que es la misma enfermedad que Jackson "afirmó" haber tenido. "Afirmó”, a pesar de toda una vida de evidencias fotográficas, del testimonio unánime de los miembros de su familia, dermatólogos, maquilladores, del hecho de que su hijo mayor también parece tener la rara enfermedad hereditaria, e incluso el diagnóstico definitivo de la autopsia. ¿Qué actor blanco ha ganado nunca en su vida tan poca simpatía por una enfermedad debilitante (una de entre las varias enfermedades que Jackson sufrió)? ¿Cuándo se ha concedido tan escaso beneficio de la duda o se han dicho tantas tonterías malintencionadas? "No le van a perdonar fácilmente por haber cambiado tanto las cosas", escribió James Baldwin, proféticamente, cuando Thriller conquistó el mundo.

No debe sorprender a nadie que Michael Jackson, como prácticamente cualquier persona de color en esta sociedad, sufrió racismo. Lo extraordinario es cómo se ha sustituido rutinariamente y sin rodeos la teoría individual por la social, en el caso de Jackson. El patrón seguido es tan indignante que, una vez que lo vemos, nos puede enseñar sobre nuestra desesperada situación actual y nos muestra la importancia de nombrar y corregir este hábito de desviación, auto-justificación y abuso continuado. Los privilegiados estadounidenses blancos tienen que aprender a reconocer su tendencia a individualizar la opresión. Los individuos, por supuesto, contribuyen con sus propias vidas, pero en el contexto del malestar racial en Estados Unidos, el problema no lo constituye principalmente la gente de color; el problema es el sistema y las actitudes habituales de aquellos que disfrutan completamente de los privilegios como ciudadanos.

En los Estados Unidos tendemos a entender la diferencia como una patología. Estamos incómodos con cualquier persona que supera nuestras categorías, que perturba nuestros prejuicios, o pone en evidencia los tópicos dominantes. Michael Jackson y su música hicieron todo eso a la vez, en varios niveles. Lo que es más importante, sin embargo, y no hay que olvidar, es que lo hizo con alegría. Obsesionarse demasiado tiempo en el sufrimiento de Jackson sería olvidar su alegría y su fuerza de voluntad indomables. Lo sorprendente no es, finalmente, lo extraño que Michael Jackson era o lo difícil que fue su vida, sino su enorme capacidad para deleitar, su generosidad y su capacidad y determinación para llevar alegría a los demás. Infinitamente curioso, encantado con la gente y emocionado por la belleza del mundo, él simplemente se divertía. Sufrió, sí; se enfrentó y soportó experiencias dolorosas. Pero eso es lo que hace su exuberancia tan notable, y hace tan valioso el hecho de que ofreciera (y continúe ofreciendo) tanto placer a otras personas. No importa lo que pasara, él bailaba. Tenemos que recordar y honrar eso, y bailar con él.

Dimitri Reeves nos enseñó muchas cosas a finales del mes pasado. Una fue que necesitamos a Michael Jackson ahora más que nunca. El tratamiento vergonzoso que Jackson recibió de manos de la cultura popular -por la que tantas cosas hizo para enriquecer- no fue un fenómeno aislado, fue demasiado sintomático. Considerada cuidadosamente, la experiencia de Jackson expone actitudes y hábitos perniciosos que todavía están bastante vigentes ahora mismo. Sería mucho mejor, por supuesto, que Jackson no hubiera tenido que pasar por todo lo que pasó, al igual que sería mejor que los estadounidenses de color pudieran caminar seguros por nuestras calles frente a los agentes de la ley. La inmensa mayoría debería debe ser capaz de aprender a comportarse sin necesidad del sufrimiento de los que ya están en desventaja, y ninguna cantidad de formación y crecimiento de los ya privilegiados puede comenzar a redimir la clase de errores de la que estamos hablando. Pero al mismo tiempo, es fundamental que los que disfrutan de privilegios se den cuenta de que no todo el mundo los tiene, y utilicen su poder para cambiar eso. Por lo menos, deberíamos exigir en este momento que todo el mundo disfrute de la presunción de inocencia, algo que requeriría revisar la forma en que funcionan los medios de comunicación y los cuerpos de seguridad.






Gracias a Dimitri Reeves, hemos visto un cambio a pequeña escala hacia una vía de curación, un cambio que trazó directamente con Michael Jackson: podemos salir y bailar en la calle, difundir alegría en lugar de miedo. Ven a bailar conmigo, escribió Jackson; Únete a mí para bailar, por favor, únete a mí ahora. Reeves aceptó la invitación de Jackson.

Bailar con Michael Jackson, estrechar su mano tendida, es algo más que honrar una vida extraordinaria y difícil y un inmenso talento, aunque es hora de que lo hagamos sin reticencias, sin prejuicios y sin contar mentiras. Es algo que debemos hacer por nosotros mismos y por los demás; no en un intento de mantenernos a salvo del sufrimiento y peligro presentes, sino para adentrarnos aún más allá en los aspectos más desconcertantes de nuestra propia vida, y confrontarlos con alegría. Es una manera de elegir la clase de futuro que queremos, y el tipo de personas que queremos ser.

Bailar con Michael Jackson significará dejar de lado el odio y el miedo, reconociendo la belleza en lo que nos parece extraño, y estar dispuestos a arriesgarse. Exigirá que tratemos con otras personas con imaginación, con empatía, en lo que consideramos como nuestro propio espacio, y con respeto. De esta manera, el baile al que Jackson nos invita es una especie de práctica ética. Es una forma de vivir de acuerdo con nuestras creencias y profesiones, y de asumir la responsabilidad de nuestros privilegios.

Got the point? Good. Let’s dance.

¿Lo han entendido? Bien. Pues a bailar.

Por Toni Bowers ( ia Foro MJHideOut)





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