Por Chrisy Iley / The Interview People. Adaptación: Lucy Willson.
Pocas cosas pueden ayudar tanto a acercarse a la figura de Michael Jackson como conocer a su madre, Katherine. Ambos tienen la misma voz aguda y susurrante, la misma mirada perseguida y el mismo aire de alguien que ha sufrido mucho y que, pese a todo, mantiene su ingenuidad.
Estoy dentro de la mansión Jackson. Una residencia con una decoración marcada por su presuntuosa imitación a Versalles y toques setenteros. Hay pinturas de príncipes, un montón de esculturas de manos gigantes, caballos al galope. Imposible no fijarse en un adorno de porcelana con la imagen de Michael Jackson sosteniendo el mundo con palomas y niños.
En el jardín camino frente a una fila de bicicletas —lo que recuerda que Katherine tiene la custodia de sus tres nietos—, luego paso por el lado de una piscina con vista a las montañas y al cielo azul de California, para finalmente llegar a los cuartos de mamá Jackson. Tuve que sortear dos controles de seguridad para entrar a esta propiedad en Calabasas, a 45 minutos de Hollywood. Hoy la arrienda, pero espera contar pronto con los millones para comprarla.
La madre del cantante me saluda con cautela, pero con dulzura. Su piel se ve joven para alguien de 81 años. Sus ojos son oscuros y clavan con la mirada. Nada raro, los Jackson son naturalmente desconfiados.
La abuela está MENOS TEMEROSA, pero se ve en ella a una mujer que ha pasado por el dolor, la traición, la pérdida. Es frágil y se puede quebrar en cualquier minuto. Aunque quienes la rodean dicen que es el motor de la familia y que nada sucede si ella no lo desea.
Por algo Michael le dejó la tutela de sus hijos. Aunque uno no puede parar de preguntarse si tiene la energía para criar a dos adolescentes y a un niño. A su lado está, pese a los reportes de ruptura, su marido Joe Jackson (82), el hombre que con trato brutal construyó la carrera de los Jackson y por quien Michael sentía gran resentimiento. Ella, según trascendió, parece mantenerlo alejado de sus nietos.
—¿Qué les gusta hacer a los niños?
—Traer amigos y andar en bicicleta.
Es extraño que ella los haga aparecer como chicos normales, dado que su crianza antes de la tragedia fue, por decir lo menos, excéntrica. Hay que recordar los días en que paseaban con velos y máscaras. Hoy se ven bastante adaptados. Prince lidera eventos de caridad y está entusiasmado con cantar. Paris también tiene intereses artísticos y el menor se dedica a jugar. Los tres han sido vistos paseando en lugares tan públicos como el muelle de Santa Mónica sin gran seguridad. “Van a clases de teatro, pese a que Paris no necesita lecciones”, dice Katherine, insinuando que su nieta es una actriz nata.
—¿Ve a Michael en ellos? —Sí (cambia a un tono sombrío). Todos van a ser como él, sobre todo Paris. Ella tiene sus fotos por toda su pieza. Un día agarró una almohada y una chaqueta de Michael. No quiere que la lave. El la usaba y huele a él y no quiero que ese olor desaparezca, me explicó.
“Ellos están bien”, agrega. “Yo también. Es duro ser madre y perder a un hijo. Es lo más difícil. No hay un día en que yo no…”, susurra y rompe de nuevo en llanto.
“Paris, Prince y Blanket sufren de manera diferente. Prince trata de ser más fuerte que los demás. Quiere ser un hombre y no le gusta que la gente vea lo que le sucede por dentro. En el funeral, cuando los niños tomaron una corona y la colocaron sobre el ataúd (vuelven las lágrimas), él puso su mano sobre mi hombro y empezó a llorar. Desde el momento en que salieron del hospital los tres sufrían a no dar más. Lloraban a mares”.
Ella retoma la compostura y prosigue. “Michael era un hijo muy bueno. Hubo tantos malentendidos y se intentó envenenar a la gente en su contra. Todo el tema de los abusos sexuales a menores era mentira. Oprah Winfrey dice que si un chico dice algo hay que creerle, ¡y es todo lo contrario! Cuando el primer niño lo acusó, la noticia salió en todo el mundo. Luego, cuando confesó que mintió, los reportes eran tan pequeños en los diarios que nadie los leyó”.
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