No sólo están de moda en el cine y la TV. También la filosofía les ha hincado ahora el diente. Aunque parezca mentira, los zombis simbolizan nuestra sociedad mejor que nadie
Los tenemos hasta en la sopa: en los video juegos, la publicidad, el cómic, el cine, la televisión («Walking Dead»), la música (¿quién no bailó imitándoles al ritmo del «Thriller» de Michael Jackson?)... ¡incluso han conquistado la novela romántica (una reciente relectura de «Orgullo y prejuicio» les homenajea)! Ciertamente, no puede negarse que los zombis están de moda.
El zombie, un ser apático, sin voluntad, pero obsesivo hasta el automatismo más cerril, ¿no aparece desde esta perspectiva como ese visitante típico de los centros comerciales los sábados por la tarde, «un caminante más, un vagabundo en los espacios mediáticos sin destino ni promesa alguna?» Entrañable figura la del zombi. «En esa reducción que la economía de mercado hace de todos y cada uno de nosotros como «consumidores» no estamos muy lejos de esos por antonomasia que son los no-muertos».
El ensayo deja en un segundo plano, pues, el sentido de la categoría en el ámbito antropológico o ligada al vudú para centrarse básicamente en su valor como metáfora del capitalismo tardío. El zombi es, además, desde esta aproximación, imagen del Otro (piénsese en su similitud con las masas de inmigrantes del Tercer Mundo), pero también de lo que se esconde, como advierte el autor, en nuestro interior reprimido. «El zombi es el otro que me devuelve mi reflejo, un reflejo empantanado por la degradación de la carne».
Por todo ello, «Filosofía zombi» es signo de un saludable y nada acomplejado cambio generacional dentro del reciente ensayismo español. Particularmente brillante, aunque, posiblemente, también susceptible de un desarrollo más pormenorizado resulta, por ceñirnos a un único ejemplo, el análisis realizado en torno a la «horda desobrada», donde se nos invita a considerar la dinámica de masas de los zombis desde las nuevas teorías comunitaristas.
Sin conciencia de culpabilidad por la atención a temas considerados «menores», Jorge Fernández Gonzalo se siente cómodo en los escenarios de la «baja cultura» y sus soportes. De ahí una llamativa libertad estilística nada académica, una cierta sensibilidad pop hacia los productos culturales que existen en nuestro presente, pero, sobre todo, una gran curiosidad por el nuevo capitalismo afectivo, por sus anhelos, frustraciones y sus monstruos. En realidad, no hay producto cultural, por vulgar o insignificante que sea, que no contenga en su interior una chispa utópica o un deseo latente de cambio.
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1 comentarios:
Aunque sepa a poco, el libro dedica una página a hablar de Thriller, como no podía ser de otra forma.
Saludos!
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