Michael Jackson : UNICO

El retrato gris de Dorian M.J.Gray

«Bailaba como el demonio

este Mefistófeles de silueta

imposible a los treinta y a

los cuarenta»

“El único modo de librarse de una tentación es rendirse a ella”

(Oscar Wilde, El retrato de Dorian Gray)



Es curioso que de pequeño uno quisiera ser negro para ser dueño del ritmo, tan curioso como que alguien de color desease no serlo. Uno desea lo que no tiene.

Dice la prensa, y también lo vemos en televisión, que Dorian M. J. Gray no está aquí, que no es de este mundo. Y cuesta creerlo. Si esperamos unos días y nadie lo desmiente, entonces podría confirmarse la mala noticia. De momento, todos hablan de lo mismo. Claro que antes uno no disponía de tanta información y el mundo no era un pañuelo.

Así que va a ser verdad, que acaba su historia a los cincuenta años. El amo de la pista de baile no quería envejecer, y de algún modo ha conseguido no hacerlo. Su cuerpo de chicle no va a estirarse ni a doblarse más. No fue un hombre ni un niño del todo. Fue imberbe y un tipo maduro sin tripa. Demasiado bueno para ser sólo cantante, fue un bailarín del demonio, el mejor y el más original, el más dinámico y aerodinámico. Fue el remolino acelerado y certero al centro de la tierra, el robot rompiéndose en tres y cuatro tiempos, un egoísta presumido, el rey de la calle, un malabarista.

Nadie creyó tampoco que el rey que vivía en Graceland se hubiese ido para siempre. Todos tenían la esperanza de descubrirlo en otro país. Hubo gente que aseguró haberlo visto de refilón en una isla. Pasaron los días y los meses y la gente no pudo mantener por más tiempo la ilusión. Fue el más llorado de todos.

Nuestro Dorian Gray descontento tuvo como esposa a la hija de este monarca pero la felicidad duró poco. Al igual que un vampiro no veía su reflejo en el espejo y mandó llamar a un pintor, Basil Hallward, a hacerle un retrato.

Y mientras se afanaba el pintor, el bailarín bailaba y bailaba. Por entonces no se conocía el breakdance, ni el rap y el hombre gris inspirado giraba y daba vueltas sobre sí mismo para encontrarse, se transformaba, era un niño o un chulito, cantaba como una nena si se lo proponía, retaba al mar como una vela y siempre le ganaba la apuesta. Con todo, no reconocía su cara. No veía más que un rostro blanco que no había en el cuadro, detrás de una negra alma negra.

Cuando todavía había blanco y negro, y discos de vinilo y Lola Flores decía maikeljanson, este figurín inspirado anhelaba la otra belleza y quería tenerla. Era como un Narciso deshabitado, era Nijinski extremadamente delgado, el histérico que domesticaba sus calambres de rabia eléctrica sobre un cable tendido en las alturas, era el mago que caminaba hacia atrás flotando en la luna.

Era el guapo de la calle nocturna encaprichado de la joven mestiza de tacón; el seductor que confesaba pasiones al oído. El bailarín gris era un salvaje sin modales cuando lo tenía, el ritmo, que era siempre. Bailaba como el demonio este Mefistófeles de silueta imposible a los treinta y a los cuarenta.

Era el hijo que no quería ser padre. Era el enamorado que susurraba piropos a traición a aquella morena en mitad de una canción.

Era el extraño del cuadro preguntándose quién sería el autor del rostro de los hombres ahora que el retrato gris estaba terminado con el aura de dolor a todo color.

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